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La gran lección que aprendimos con don Miguel del Palacio de las Flores

La gran lección que aprendimos con don Miguel del Palacio de las Flores
  • Publicado8 febrero, 2019

Antes de conocer a don Miguel desconfiaba de quienes regalaban flores. Me parecía una salida fácil a la hora de sorprender a alguien. No me cabía en la cabeza por qué algunas personas daban un ramo o arreglo si sabían que a los pocos días se marchitaría y terminaría en un bote de basura. Según yo, era algo frívolo, por lo que evité obsequiar o desear en voz alta algún tipo de flor.

Don Miguel Hidalgo es un florista que lleva más de 50 años en el Palacio de las Flores de San Juan, ubicado en las calles de Luis Moya y Ernesto Pugibet, en la colonia Centro. En la planta alta tiene un local llamado El Nardo. Es pequeño, pero adecuado para las decenas de cubetas de diferentes colores y tamaños con agua, en las cuales mantiene alcatraces, tulipanes, gerberas, crisantemos, girasoles, lilis, claveles, margaritas, rosas y otras especies provenientes de Morelos, Puebla y Villa Guerrero, en el Estado de México –mejor conocido como “la capital de la flor”–.

Con ellas, don Miguel arma cientos de adornos y, en ocasiones, da lecciones a incrédulos como yo que ponen en duda el valor de una flor.

Para este hombre de 66 años, dar flores es una costumbre que se está perdiendo. Lo atribuye a lo efímero de los arreglos que termina malinterpretándose como algo de poco valor. Quiere cambiar tal reputación, por eso cuando puede muestra lo mucho que un regalo floral puede encarnar.

Don Miguel en el Palacio de las Flores

Así llegó don Miguel al Palacio de las Flores

Las flores son parte importante en la vida de don Miguel. Representan no solo un sustento económico, sino también la razón por la que está en este mundo. Cuenta que fue gracias a las flores que sus padres se conocieron y se enamoraron en el mercado de San Juan, cuando este era uno solo y se extendía por la calle de Ayuntamiento.

“Mi papá era de Hidalgo. Mi mamá de Candelaria, Coyoacán. Los dos eran empleados y trabajaban con flores en Buen Tono (una bodega de la fábrica de cigarros de la misma marca) –relata–. Mis padres se conocieron aquí. Después se casaron y, con muchos sacrificios, juntaron para comprar un local”.

El recuerdo le saca una sonrisa. Es tímida, pero puede contagiar a cualquiera de los clientes que se detienen a admirar los coloridos y variados trabajos que dan forma a El Nardo.

Las flores –me dice don Miguel– provocan historias. De ahí que el 14 de febrero, el 10 de mayo u otra fecha especial la gente recurra a ellas.

Don Miguel en el Palacio de las Flores 1
Don Miguel sosteniendo dos gerberas en su local del Palacio de Flores. Foto: Claudia Aguilar

Sembrar amor por un oficio

Los padres de don Miguel tenían experiencia en el tema y sabían que el afecto hacia el oficio, al igual que una flor, solo era cuestión de dejarlo crecer. Don Miguel comenzó a trabajar desde los 12 años en el Palacio. Su destino parecía obvio siendo hijo de floristas, pero para él no fue así.

“Nunca pensé dedicarme a esto–confiesa–. Mis papás trabajaban de ocho de la mañana a nueve de la noche, y como yo era el mayor de mis seis hermanos después de la escuela me venía para acá a ayudarles. ¡Imagínese! Ni tiempo tuve para jugar”.

Don Miguel no eligió su trabajo; sin embargo, tras la muerte de su padre tuvo que entrarle de lleno, junto con su madre. Él comenta que fue fácil, porque desde niño aprendió a cuidar cualquier flor.

“Recuerdo que al principio me picaba mucho con las espinas de las rosas de campo –me cuenta Don Miguel mientras mira en sus manos las múltiples marcas que le han dejado los arreglos desde aquellos días–. Al final, terminé acostumbrándome. Aprendí a quererlas”.

Don Miguel en el Palacio de las Flores 1
Las flores de El Nardo. Foto: Claudia Aguilar

Decir todo con flores

Don Miguel es un hombre de pocas palabras. Aunque cuando uno está frente a él, esto poco importa, pues lo que no dice con palabras, lo dice con sus manos cada que arregla una rosa o un tulipán. Sus padres le enseñaron a comunicarse por medio de las flores. Y así lo ha hecho desde entonces.

Para este hombre, un arreglo o un ramo puede expresar sentimientos tan profundos como el amor o la gratitud. Él afirma que “si con palabras no se puede decir algo, con flores sí”.

Don Miguel quiere ilustrar mejor su idea. Para ello va hacia el fondo el local, donde tiene una cubeta con gerberas de varios colores. Ahí comienza a tomar una, otra, hasta que elige la de color “fiusha”. Regresa conmigo y, sin más, me extiende la mano con la flor. Quiero decir gracias, pero lo único que suelto es una sonrisa, grande.

No es que no haya visto una flor antes, pero esta se volvió especial. No sé si fue el colorido de la gerbera o el acto silencioso de don Miguel lo que me alegró. Lo que sí sé es que este florista, tal como sus padres lo hicieron con él, enseña a otros a tratar una flor, a regarla, a admirarla. Enseña a quererlas.

Así, este locatario del Palacio de San Juan me hizo ver que hay quienes regalan flores no para adular, sino para sacar lo mejor de las personas a través de un modesto halago. Y otras más, para expresar algo que cuesta trabajo ya que, como dice don Miguel, “con ellas se puede decir todo”.

Don Miguel en el Palacio de las Flores 1
Don Miguel en su local. Foto: Claudia Aguilar

El Palacio de las Flores

Si quieres encontrar un bello detalle que hable por sí solo para este 14 de febrero, te recomiendo acudir con don Miguel. A él lo encuentras en los locales 48, 49 y 50 (planta alta) del Palacio de las Flores, de lunes a sábado de 8:00 a 21:00 horas. Domingos y días festivos, de 8:00 a 16:00 horas. Recuerda, su florería se llama El Nardo y en ella puedes hallar desde un ramo hasta una sola flor para regalar. Puedes contactarlo al 55216677 y al 55185080.

Facebook: Palacio de las Flores

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Autor

Escrito por:
Claudia Aguilar

Pata de perro profesional.

1 Comment

  • Cuando iba en la prepa no había estos servicios en los que ya no te preocupas por pasar la vergüenza de ir a comprar a la esquina, pasearte en el transporte con el ramo de flores por toda la ciudad y que todo mundo te viera. Esa pena valía todo al ver sus reacciones, siempre distintas y siempre lindas porque comprendían lo duro que fue esa odisea.

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