Los altares para Todos Santos en Miahuatlán son arte y memoria
Los altares para Todos Santos en Miahuatlán son arte y memoria. Después de visitar durante años algunas familias para vivir el Día de Muertos en diferentes partes de la República, los días con Tino Cortés, Soledad y María Ortega, quienes habitan en esta población de la Sierra Sur en Oaxaca, fueron de los más especiales que he vivido, tanto por su hospitalidad como por lo que aprendí.
Si bien esta festividad tiene simbolismo prehispánico y adiciones a través de los años y las mezclas culturales, no es una fecha mítica y pasada sino presente y significativa que continúa moviendo tanto el comercio como la vida social y la espiritual de muchas poblaciones en el país, de pueblos originarios, rurales y ciudades.
Ellos abrieron las puertas de su hogar y fueron los guías por el mercado de Miahuatlán, en la Noche de Flores, que se visita el 30 de octubre a medio día y por la noche. Ese día también hicimos tamales y convivimos. También montamos la ofrenda el 31 de octubre, con su altar y arco con cañas y frutas, así como decoramos el tapete de flores típico de la región. Compartimos el chocolate y el pan de muerto como antojo constante.
Hay más que cempasúchil en los altares para Todos Santos
Para la ornamentación los lugareños explican que existe el cempasúchil “macho” y el “hembra”: lo distinguen porque el segundo está más “rellenito” de pétalos. Aunque hay otras variedades como el biruxe, el acahual, el “ojito de pollo”, la monjita, la borla o la cresta de gallo, las tres primeras se suelen ir a cortar temprano a los campos cercanos a los caminos pues son más silvestres. Justo en estos matorrales es donde se recolectan los chapulines.
Estas bellezas aromáticas y coloridas servirán para el tapete de flores que se coloca en la parte baja de la ofrenda, que consta de un altar de dos niveles y un arco, elaborado con cañas y otros elementos comestibles (que antes se amarraban con pencas de maguey o carrizo). Se coloca una mesa con fotos de los difuntos, la comida y las bebidas para ellos (mezcalito incluido) y veladoras. Este se deja durante nueve días.
La parte más laboriosa es la de deshojar cada botón de las flores y separarlos por colores. Se cortan con tijeras y paciencia, se van dividiendo por grupos. Tino decidió que ese año la figura en el tapete fuera una catrina, para la cual se necesitaron las que tuvieran tonos blancos, rojos, rosas, morados, naranjas y amarillos Los detalles en negro se logran con carbón y los blancos con cal, ambos pulverizados. Todo se hace en común, mientras se convive y se botanea: de eso se trata la fiesta.
De la temporada son los altares para Todos Santos, de la naturaleza es la ofrenda
Níspero, lima, jícama, granada “de moco”, nanche, guayaba, tejocote, manzanita, ciruela amarilla, cacahuates y algunas de las flores antes mencionadas se van amarrando con rafia en el arco el día 31 de octubre. Cada momento del viaje fue de aroma, colorido y tierra, también de confrontar una realidad ajena a la propia.
Los panes para estas fechas son una parte fundamental: están los redondos con una carita plástica y los pequeños de piloncillo (también antropomorfos, y que se colocan para las ánimas de los niños). “Siempre han sido así, también algunos cuelgan calaveritas. Los panaderos quemaban una rueda de luces para celebrar que vendieron la producción entera que prepararon en estos días”, dice María.
El copal es otro de los estímulos aromáticos presentes: quizá su humo es otro recordatorio de que somos tan volátiles y a la vez estamos muy presentes en quienes nos aman. Su perfume se impregna en la ropa y en el cabello. Escuchar lo que esta familia recuerda de sus difuntos deja un halo de nostalgia, que también huele al espíritu de esta resina que se va consumiendo en el sahumador.
Las personas de Miahuatlán
El día de las compras conocí más de los habitantes de Miahuatlán, gracias a Tino. “El chinito”, quien dirige el tránsito en una de las calles del centro con su silbato, tiene su mural en uno de los pasillos donde se venden flores como la cresta de gallo o los fuegos artificiales.
En el recorrido me presenta a la señora Gloria Ortega, quien es la matriarca de la Panadería Nelly, que tiene más de 70 años de tradición y fuimos a su local a aprender a hacer pan de muerto. Se instalan su enorme puesto en el tianguis y sus creaciones son muy solicitadas. Su chocolate es único, balanceado en dulzor, nada similar a esos industrializados sin chiste. Su hija Rosa Nelly, es la más activa ayudando y siguiendo la tradición familiar.
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Finalmente y de camino al hogar de mi anfitrión, pasamos a ver a Lucino Martínez García, “El Machín”, quien es de los únicos que aún hacen sombreros “panza de burro”, esos que usaban antes los campesinos y que son de lana. Además, corta el cabello a hombres en la Peluquería Lolita. Él cuenta que antes cada peluquero debía tener una guitarra para entretener a los clientes pues la radio no era tan común. La suya se quedó sin cuerdas pero él sigue con lo suyo, hasta que el cuerpo aguante.
Los alimentos asociados a los altares para Todos Santos
Hacer tamales de mole en hoja de plátano y de pollo con salsa verde envueltos en hoja de totomoxtle con María y Sol fue aprender otras técnicas para estos bocados de maíz e identidad. “Estos se llaman tamales torteados”, explica María.
Ella y Sol toman un trozo de plástico y al centro de él colocan un poco de masa. Luego, vierten un poco de la deliciosa salsa y pollo, pero lo más especial es el cerrado: doblan cada esquina hasta compactarlo, y luego levantan el hule para ponerlo sobre su envoltura final. Esto permite que la masa no se pegue en las manos y sea más rápida la labor.
Al final, el resultado fue perfecto, no se “entlacuacharon”, es decir, se cocieron por completo. Entre las creencias tamaleras está la de que si alguien no “tiene mano” para esta labor o se enoja durante la misma los tamales quedan crudos, y por más que uno los hierva, ya no salen sabrosos.
El mole negro reposa mientras todos trabajan. Ya sea que esté en la estufa o en una silla enfriándose y esperando a ser usado en este alimento de maíz, es un personaje más en este ritual. Varios miahuetecos lo vivían al mismo tiempo, pues al salir a la calle, el aroma que anunciaba a estos guisos se volvía embriagante y hasta daba hambre.
Memoria poderosa
“Aquí dedicamos el altar a mi papá”, dice Tino, quien es un promotor de las tradiciones de su lugar natal y también se dedica a la elaboración de mezcal. Me muestra animado algunas fotos antiguas de la capulina de piel (una gabardina larga), traje de manta, paliacate rojo y sombrero, que es el traje tradicional masculino de este pueblo. Decide portarlo para que le tomen una foto y su xoloitzcuintle “Ricky” lo acompaña en todo momento.
La memoria es poderosa: así como esta familia desea continuar repitiendo cada año esta serie de homenajes a quienes se adelantaron al más allá, el hecho de compartirlo con otros genera nuevos recuerdos que son granitos de arena para que esto no se pierda. Si alguna vez puedes ir a esta localidad verás que tu perspectiva sobre la festividad, cambia.
Agradecemos a nuestros amigos de Mezcouting y a los Cortés Ortega su apoyo para esta nota. Checa los recorridos de viajes que esta iniciativa tienen para esta fecha (y otras actividades tradicionales): podrás conocer más a fondo la cultura y a las personas de los lugares que visitas, de manera respetuosa. Nada de “mexican curious”. Miahuatlán de Porfirio Díaz se localiza a dos horas de la capital oaxaqueña y este proyecto de turismo rural puede llevarte: www.mezcouting.com
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