Gato X Liebre: qué pescados comemos en México y qué es sustitución de especies
Gato X Liebre es una campaña que investigó qué pescados estamos comiendo en México, ya que la sustitución de especies y fraude en la comida del mar es una realidad que afecta la capacidad de proteger a los océanos y vulnera la economía de los pescadores y de los consumidores. Quizá el filete que te comiste ayer no era pargo, marlín ni huachinango.
Este proyecto es una iniciativa de Oceana México, organización internacional que busca la conservación de los océanos. El objetivo principal de Gato X Liebre es hacer un llamado para que el gobierno mexicano implemente una política de trazabilidad en pescados y mariscos, a fin de rastrear el origen de la comida del mar, del barco al plato.
Renata Terrazas, directora de campañas de transparencia, y Pedro Zapata, vicepresidente de este organismo, presentaron más detalles de cómo realizaron este estudio y qué resultados encontraron. De esta manera, se brindan herramientas a la sociedad para tener decisiones informadas y poder exigir mejores políticas públicas. No solo se trata de saber lo ricas que son cada una de las especies cuando las cocinamos, sino qué tan viable es llevarlas a la mesa y qué implicaciones tiene hacerlo a nivel ambiental.
¿Qué es la sustitución de especies?
En este reporte se lee que la riqueza marina en México es vasta: hay más de 90 mil especies animales en nuestro “maritorio” (la palabra con la Renata define al territorio marino). De hecho, somos uno de los países con mayor diversidad marina en el mundo. “Esta se refleja también en las más de 700 especies que pescamos como alimento, incluyendo peces, moluscos, camarones, cangrejos, caracoles, pulpos y almejas”, añaden.
El tránsito de la red o anzuelo a nuestras cazuelas es complejo, cuentan Renata y Pedro, pues ocurre un fenómeno preocupante: las especies que salieron del mar cambian de nombre y llegan “disfrazadas” a los menús de los restaurantes y los mostradores de tiendas y mercados. El comensal puede pedir un filete de mero y recibir un basa de Vietnam, comprar un atún pensando que es salmón y abrir una lata de este ingrediente que en realidad puede ser soya.
Este fenómeno se conoce como sustitución de especies pesqueras (seafood mislabeling, en inglés). Ocurre cuando el nombre científico de una especie que es identificada mediante métodos de análisis genético, no corresponde con el nombre comercial con el cual la muestra de pescado fue vendida. Esto es un obstáculo para el manejo sostenible, para una comercialización de productos pesqueros controlada; y contribuye a la pesca ilegal.
Atún por marlín, basa por mero y corvina por robalo: Gato X Liebre
En la siguiente tabla se observa que el marlín, la sierra, el mero, el huachinango y el robalo son las especies que más se sustituyen por otras especies menos conocidas y que ocupan niveles tróficos menores, explica Pedro. Esto sucede por varios factores: puede ser equivocación de los meseros o los encargados de las tiendas, otras veces por confusión o desinformación y otras más por la intención deliberada de “darle gato por liebre” al consumidor.
“Lo que todos estos casos tienen en común es que aprovechan la falta de controles por parte de la autoridad y la poca información con la que cuentan los consumidores”, añade. Por ende, Oceana México evidencia el problema a fin de buscar colaborar para que existan políticas y condiciones ideales para la trazabilidad.
Renata agrega que buscan el camino a fin de tener una Norma Oficial Mexicana que diga cómo debe llamarse un pescado sin ambigüedades, de seguir el producto desde el barco al plato y pugnar por un etiquetado completo. Además buscan que estas fichas tengan toda la información a fin de que las personas puedan decidir qué adquirir, y que esto sea obligatorio para todos los involucrados en esta industria y no algo voluntario, añade Pedro.
La sustitución también impacta en tu bolsillo. Como es el caso en casi todos los productos, hay una alta correspondencia entre la disponibilidad de una especie de pescado, su demanda entre el público y su precio. Es más común el engaño con las especies favoritas de las personas. Casi 60 % de la sustitución se dio por un producto de menor valor. El restante 40 % tuvo una sustitución por un pescado de valor similar, pero menos conocido, o de mayor valor.
¿Por qué sucede este fenómeno y por qué es importante reflexionar al respecto?
Ambos especialistas concordaron en que es complejo el análisis, ya que no puede saberse a ciencia cierta en qué parte de la cadena de distribución está el engaño, debido a que la información oficial es dispar y está fragmentada entre instituciones dedicadas al tema, así como también es complicado indagar en ella, ya que los sistemas de recopilación de datos deben aprovechar la tecnología para ser más eficaces.
“Algo que sí es muy claro es que la autoridad lleva años no haciendo su chamba, que es cuidar los mares, saber de dónde viene y cómo nos llega el pescado y cuidar que los consumidores coman lo que están pagando”, dice Renata. Más allá de saber si hay corrupción y si hay omisiones con intención, se necesita empezar a ver dónde está sucediendo, por qué y quiénes se están beneficiando de estas prácticas, dice, ya que si no se puede saber toda la información del producto, permanecerá ese hoyo negro “donde todo puede suceder: pesca ilegal, cambio de especie y producto importado de mala calidad”, añade.
Además, la sustitución de especies puede dar una percepción errónea acerca de la presencia y abundancia de las más comerciales. “Una de las cosas que presumió CONAPESCA es que subió el consumo de pescado (…). Sin embargo, las importaciones de tilapia y basa crecieron enormemente. Entonces, puede ser que algo nos esté guiando de mala forma, por considerar que estamos consumiendo más pescado y eso diría que están bien nuestros mares, pero lo que sí está pasando es que es producto importado el que viene a inundar el mercado mexicano”, explica.
¿Cómo se hizo el estudio de Gato X Liebre y qué soluciones hay?
Adrián Munguía fue el consultor que realizó la investigación. Él explica que recolectaron 383 muestras en Mazatlán, Ciudad de México y Cancún, desde junio hasta octubre de 2018, que se procesaron de octubre y diciembre de este año en un laboratorio privado en La Paz, en Baja California Sur. El proceso requiere la extracción de ADN a partir de la muestra, ya sea que esté congelada, frita o cocinada, y que aíslan, secuencian y comparan con diferentes bases de datos.
“Cada vez tenemos tecnología que va siendo menos costosa para rastrear el producto. Comparado con todo lo que perdemos por no hacerlo, el precio es infinitamente menor. Es algo que podría asumir el gobierno y que protege a las propias pesquerías, porque si seguimos a este paso, podemos perfectamente acabar con ellas”, enfatiza Renata. Incluso, en la Unión Europea, Chile y Estados Unidos ya empiezan a exigir información desde la captura y algunas empresas y pescadores mexicanos que exportan también ya tienen esas prácticas.
Ricardo considera que hay que empezar a trabajar en leyes y políticas que sí se apliquen. No se habla de certificaciones de particulares sino de un marco regulatorio general que permita establecer un orden mínimo en el sector pesquero, pues la mayor responsabilidad no es del consumidor sino que, en este caso, el pescado y productos del mar son un recurso público, y quien debe garantizar derecho a estar bien informado es el estado.
Y entonces, ¿qué sí puedo hacer como consumidor?
Si bien para Pedro y Renata la solución no solo está en la decisión de consumo de cada quien, algunas herramientas útiles para los ciudadanos son comprar el pescado entero y preguntarles a quienes nos lo venden de dónde viene ese insumo. El mismo caso es si visitamos un restaurante: cuestionar más el origen de lo que nos sirven dará pie a que sea relevante y más generen preguntas.
Ella recomienda consultar Enciclovida, una herramienta abierta de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (CONABIO), en la que pueden verse nombres y caras de los pescados que comemos en México, para pasar más allá del mero, huachinango y robalo.
Hablando de las vedas, Renata dice que el comensal se queda a medias porque no se dice dónde se pescó, cómo se pescó ni qué especie es la que nos están dando de verdad. “Cuando uno va a mercados o a pescaderías, se abre un poquito los ojos porque empezamos a ver cuáles están allí, y podemos ir desarrollando un gusto por ellos”, añade.
“Cada que nos vendan un pescado hay que empezar a preguntar y cuestionar. Si nos dicen filete blanco o corte selecto, sabremos que no existe un pescado que se llame así y que esté nadando en el mar. Creo que este es un proyecto en el que podemos sumarnos y empezar, de manera conjunta, a exigirle a las autoridades. También en la medida en que estas sepan que es un tema de interés, se empezará a actuar. Además, son especies marinas y comunidades en las que la gente que está en riesgo, también su trabajo y su propia subsistencia”, finaliza.
Más información:
Página web: gatoxliebre.org
Agradecemos a Oceana su apoyo para esta nota.
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