Viveros de Coyoacán: bosque, deporte y ardillas

Ya sea que corras y busques lugares seguros para entrenar, necesites salir del estrés del cemento citadino y perderte entre los árboles, o estés en busca de un espacio para poner a tus hijos en contacto con la naturaleza o para comprar flores y plantas de todos tipos, los Viveros de Coyoacán te darán posibilidades para éstas y otras actividades.

Mi casa de toda la vida está a escasas dos cuadras de este vivero, es mi bosque-aquí-a-100-pasos y por ello, uno más de los lugares que como coyoacanense, no solo es parte de mi diario actual sino generador de recuerdos.

Según refiere su sitio oficial, el Vivero de Coyoacán es un espacio de 39 hectáreas que fue creciendo y cambiando junto con el siglo XX hasta convertirse en lo que es ahora. En 1901, Miguel Ángel de Quevedo, “Apóstol del árbol”, donó la hectárea con la que inició esta historia; más tarde otros predios aledaños fueron concedidos por sus dueños, o expropiados por el gobierno, hasta conseguir su dimensión actual.

De primera mano sé, porque ahí estaba aquella primera casa de mi abuela, que la zona de juegos, donde está la cancha de futbol rápido y los aparatos de ejercicio, sobre la calle G. Perez Valenzuela, fue la última, a mediados de los años 70, en añadirse al terreno de Los Viveros que hoy se encuentra bajo jurisdicción de la SEMARNAP.

Durante mucho tiempo, la principal labor de este espacio fue proveer árboles y plantas para jardines públicos y privados, jardineras, banquetas y camellones de toda la ciudad; ahora, aunque la venta y propagación de árboles continúa y hay mucha gente que la aprovecha, una de las prioridades es la sensibilización y concientización sobre el medio ambiente y su cuidado. Con este fin, se invita a los visitantes a observar los diferentes ejemplares y se les ofrece información por medio de fichas y letreros.

Cada día, alrededor de 2 mil 500 personas visitan el lugar, y los sábados y domingos llegan hasta 3000. Muchos van a ejercitarse: corredores que ocupan el circuito que rodea el terreno; practicantes de artes marciales, de toreo, de técnicas de meditación y baile, etcétera, que eligen algún paraje entre los árboles; algunos más, que van a tomar fotografías, a solo dar un paseo, a jugar en familia o a observar a las aves, insectos y por supuesto a las famosísimas ardillas.

Hoy en día hay una advertencia que te pide encarecidamente que no le des de comer a estas simpáticas roedoras porque son plaga y matan a los árboles, pero antes, cuando yo era niña, era muy común llegar con una bolsa de cacahuates con cáscara y pasar horas viendo cómo los abrían y devoraban; hasta los vendían en la puerta de entrada, ahí junto a los jugos, donde ahora hacen negocio con la ropa de deportiva.

Un lugar lleno de historias que incluso ha sido locación de cine (Hasta el viento tiene miedo 1968) y escenario de conciertos, eventos educativos y momentos de vida. Me acuerdo que de muy niñas, cuando mi hermana asistía al kínder que estaba ahí a un costado de Los Viveros, fuimos varias veces con globos de colores, cerca del 6 de enero, para enviarles a los Reyes Magos las cartitas, desde el mero centro de este parque.

¿Dónde?

Si no lo conoces anímate a visitarlo, hay entrada por Avenida México, por Melchor Ocampo y por Pérez Valenzuela de lunes a domingo de 6:00 a 18:00 horas; y si eres de los visitantes asiduos, ¿tienes alguna historia que te haya ocurrido aquí? Compártela.

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Autor

  • Editora, viajera, lectora, escritora y creadora de contenido. ¿De qué escribo? De este universo y sus habitantes en todos sus ámbitos y rincones, pienso que todo tiene su lado interesante. Me gustará compartirlo contigo.

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