Esta es la colección de juguetes más grande del mundo y está en México
Hace más de sesenta años, un niño en la colonia Doctores empezó a coleccionar sus juguetes. Su primera guarida fue la papelería-juguetería de sus padres, quienes al llegar a México –venían de Japón– se establecieron en la calle de Niño Perdido (Eje Lázaro Cárdenas). Hoy muy cerca de aquí, en la calle Doctor Olvera, el ahora adulto de nombre Roberto Shimizu K tiene su propio espacio donde cuida y exhibe los juguetes que guardó cuando tenía 10 años y otros más que obtuvo con el tiempo.
La colección, que inició como un simple acto de guardar cosas, ahora agrupa más 45 mil juguetes, desde el siglo XIX hasta el siglo XX, y es conocida como la más grande del mundo. Su casa: el Museo del Juguete Antiguo de México.
100% Made in Mexico
El arquitecto Roberto Shimizu K entiende perfecto el japonés. Lo lee y escribe. Pero su acta de nacimiento dice que es totalmente chilango. Su amor y respeto por el país lo han llevado a reconocer el trabajo que hicieron fabricantes nacionales (en cuanto a juguetes) porque dice que “todo lo bonito lo ha hecho el pueblo de México y no se le reconoce”.
Su colección, por donde la veas, tiene el sello Made in México. Primero, porque las piezas que tiene, en su mayoría, son de manufactura mexicana, como las muñecas tipo Barbie hechas por la empresa Lili Ledy que fueron todo un hit en los años 1970 y 1980. Segundo, porque nació aquí y se quedará aquí. Al menos, ese es el futuro que Roberto Shimizu tiene pensado para su compendio: “a diferencia de la alta cultura que no lo ha hecho, yo sí le voy a dejar algo a México”.
La colección es una de las más grandes, pero también la única de juguetes de la cultura popular mexicana. Como esta no encontrarás ninguna en otro lugar. De ahí su valor.
Tesoros que nadie más vio
Luchadores de plástico, avalanchas, yoyos, muñecas de trapo, maquetas de circo, estampas de futbol, naves y otras rarezas fueron vistas por Roberto Shimizu K en sus constantes búsquedas por la colonia Doctores. Mercados, tianguis de chácharas, bazares, puestos en banquetas fueron algunos de los lugares que visitó –y sigue- con el objetivo de encontrar tesoros. Y con tesoros me refiero a piezas de valor para la cultura mexicana y no precisamente de un alto valor económico.
“Hay gente que puede decir que las colecciones se hacen con dinero, pero díganme ¿qué chiste tiene esto? Por ejemplo, una colección de autos Ferrari. Seamos sinceros, el auto que compren está bonito, aunque cierres los ojos y digas ‘dame aquel’. Ver belleza donde hay belleza no tiene ningún chiste. Comprar belleza no tiene chiste. El verdadero valor está en ver algo donde nadie vio nada”, dice Roberto Shimizu orgulloso del papel de coleccionista que ha cuidado durante todos estos años.
Objetos con buena vibra que no necesitan de fichas
Así como hay un ejercicio de búsqueda, en el coleccionismo también hay intercambios de información. Al menos para el fundador del Museo del Juguete Antiguo así deber ser. La razón: los objetos adquieren mayor riqueza (de nuevo, sentimental no monetaria) y le inyectan a la colección mucha energía humana.
“Hay colecciones –asegura– que son objetos visuales, y hay otras que son objetos emocionales, la cuestión del objeto es una palabra que yo le he acuñado: COEMPO, que significa contenido emocional positivo, en otras palabras: objetos con buena vibra”.
Por esto, los juguetes que forman parte del Museo del Juguete Antiguo (MUJAM) no tienen fichas. Lo que hay aquí son piezas con mucho contenido emocional que no necesitan de datos genéricos, sino de las anécdotas o memorias que despiertan en cada persona. Al final, “este es un museo recordatorio: un museo vivo para mexicanos vivos. Basta su memoria para saber qué es lo que ven”.
Pero no por que no existan fichas quiere decir que no hay información. La hay.
Cuidar los recuerdos
“Colección que no se estudia, colección que termina en un cúmulo”, puntualiza el director del museo, quien como buen fan del detalle, tiene todo meticulosamente organizado y anotado en carpetas que se encuentran en su oficina.
Los juguetes tienen su ficha que incluye: año y lugar en que fue comprado, el precio, país, a quién se le compró, así como una descripción (medidas, material, dibujo o foto de la pieza) y comentarios. Son datos que acreditan lo que tiene y al mismo tiempo su labor, esa que lo llevó a ver más allá en cada objeto. Esa labor permite que muchos de los que visitan el Museo del Juguete Antiguo tengan recuerdos que quizá no sabían que tenían.
“Para mí es un orgullo esta colección, por haber guardado cosas que nadie guardó y que ya nadie podrá guardar”, remata Roberto Shimizu, quien se muestra tranquilo entre todos los juguetes del museo. Él sabe que toda esta historia del juguete popular mexicano cautivará a más chilangos y extranjeros. También sabe que la colección seguirá alimentándose, ya sea por donaciones o por las adquisiciones que sus hijos incluyan una vez que estén a cargo de ella.
Las historias del museo y del juguete mexicano continuarán…
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