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Los bailes de la Guelaguetza: las memorias de una historia de vida

Los bailes de la Guelaguetza: las memorias de una historia de vida
  • Publicado15 julio, 2019

Teresa García Pinacho sonríe al recordar los Sones y Jarabes de Betaza. Charlar de las memorias de los bailes de la Guelaguetza, de esa que era del pueblo, gratuita y comunal, le alegra y se le nota. Esta oaxaqueña se atavía con una falda larga y un huipil blanco, con una faja rosa mexicano y un rebozo blanco. De repente, Teresa no tiene edad, solo la boca llena de historias que la entrañan.

Opina que, aunque el traje es muy sencillo, influye mucho la agilidad que tengan las parejas para bailarlo. Y es que hay piezas para principiantes y otras más para quienes ya llevan camino y experiencias recorridas. Entre estos últimos –piensa–están los Sones y Jarabes de Betaza, de Yalalag o de Pinotepa Nacional. Considera que la gente la recuerda por su buena interpretación de El pato o El jarabe mixteco. Ser bailarina y maestra es lo que más ama hacer.

Ella es la actual directora general del Grupo Folklórico de Oaxaca A.C. Esta agrupación ha sido su vida y la de su esposo y compañero de andanzas, Arturo Ochoa Canales, quien tiene una larga historia con este colectivo dancístico independiente con más de 55 años de historia tras diferentes cambios y vaivenes como es costumbre en este estado lleno de contrastes políticos, sociales y económicos. En su casa, él muestra uno de sus retratos más preciados: una fotografía que le tomaron con Fidel Castro, quien fue su espectador en Cuba en 1974.

Los bailes de la Guelaguetza: Arturo Ochoa Canales Foto: Mariana Castillo
Los bailes de la Guelaguetza: Arturo Ochoa Canales Foto: Mariana Castillo

El Grupo Folklórico de Oaxaca: de la gente para la gente

Desde que esta agrupación inició, nunca se cobijó en ninguna autoridad, sino que fue autónomo desde su origen, dice orgulloso Arturo. Lo enfatiza porque es un logro mantenerse así ante los intereses económicos que puede representar lucrar con lo cultural o lo folklórico, sobre todo en épocas donde se dice a diestra y siniestra que visitar estas tierras “está de moda”. Para muchas generaciones de familias y personas originarias del estado esto es lo cotidiano: valorar lo suyo, cuidarlo, enseñarlo y promoverlo.

Arturo narra que sus antecedentes comenzaron en 1959 cuando estudiantes de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO) formaron el grupo artístico preparatoriano a fin de compartir sus intereses y talentos. Contaron con el apoyo de Jorge Pérez Guerrero, quien fue para ellos un promotor cultural ejemplar.

En 1961, debido a una visita de miembros de la Universidad de Tamagawa, que estaban interesados en las danzas regionales, los jóvenes prepararon una Guelaguetza y ahí tomaron el nombre de Grupo Folklórico Preparatoriano hasta que después se volvió Grupo Folklórico Universitario. Durante esa década y la de los setenta, integraron los conocimientos de gente oriunda de la región y realizaron diversas giras por México y Estados Unidos de Norteamérica.

Fue en 1977 cuando se independizaron de UABJO y se establecieron como asociación civil. Durante décadas han representado bailes como La Danza de la pluma y Flor de Piña en la Guelaguetza, así como el Bani Stui Gulal, que se presentó de 1969 hasta 2008 como uno de los espectáculos legendarios de la capital (y que, después de algunos conflictos legales, desea volver a ver la luz).

Los bailes de la Guelaguetza: Teresa García Pinacho Foto: Mariana Castillo
Los bailes de la Guelaguetza: Teresa García Pinacho Foto: Mariana Castillo

Aquellas Guelaguetzas

Ellos son precursores y conocen esas Guelaguetzas del pueblo antes de que existiera el auditorio y la difusión masiva. Cuando las carreteras y caminos eran muy difíciles, las delegaciones de las regiones originales no podían llegar, por diversas razones: que si el río se desbordó, que si el dinero no alcanzó, que si no hubo paso en la carretera… “A lo largo de los años hemos tenido la oportunidad de presentarnos en todos los estados de la República mexicana y ha sido un alto privilegio. Ahora hay muchos bailables de la Guelaguetza, pero nosotros fuimos de los precursores”, dice Arturo.

Esta palabra zapoteca significa y aloja algo más profundo que lo obvio del colorido y la alegría que se pregona de manera simplista: la Guelaguetza es una ofrenda, un obsequio, un regalo, pero sobre todo es ayuda muta y reciprocidad, considera Teresa, quien asegura que ha cambiado mucho como se percibe su significado.

A ella le tocó ir a los Lunes del Cerro cuando era muy niña, cuando se ponía solamente una tarima y había sillas de madera. Se subía por las escaleras de la calle de Crespo hacía el Cerro del Fortín y en todo ese trayecto había gente que vendía sus productos y comida oaxaqueños y la entrada era totalmente libre (los únicos que daban una cuota era la gente que estaba del lado de las autoridades y tenían un techo improvisado y sombra).

“Hay una distancia enorme de esas Guelaguetzas a lo que se presenta hoy, pues lo que le quieren dar a la gente ahora es una venta del espectáculo, solamente el espectáculo. Ya no está esa vendimia, ya no hay todo lo que tenía de sabor y de pueblo. Para nosotros esa fiesta es para y de los oaxaqueños y extrañamos eso. Quisiéramos que los viajeros lo vieran tal cual era”, opina.

Cortesía de Grupo Folklórico de Oaxaca A.C
Cortesía de Grupo Folklórico de Oaxaca A.C

Lo natural en el arte

Si bien en la oficial existe un Comité de Autenticidad al que algunos deciden apegarse, hay otros que no están de acuerdo, por eso hasta hay Guelaguetzas alternativas: todo esto es posible ya que una fiesta es de quien la celebra, no hay una única manera de realizarse.

De hecho, la palabra “autenticidad” debería ser cada vez más cuestionada en términos antropológicos, en aras de una definición que no esté institucionalizada o que coarte la libertad de las expresiones civiles, mucho más si se habla de culturas.

En “Authenticity Aujourd’hui” (La autenticidad hoy en día), que es parte del libro académico Debating Authenticty. Concepts of Modernity in Anthropological Perspective (Debatiendo la autenticidad. Conceptos de la modernidad en perspectiva antropológica), los investigadores Thomas Fillitz y A. Jamie Saris apuntan:

“La autenticidad está vinculada la mayor parte del tiempo a la idea de un núcleo cultural, a la esencia de algo. En el pasado reciente, tal vez como consecuencia del flujo de la globalización, somos testigos de algunas estrategias que producen la autenticidad y sus procesos, de autenticación de los mismos, que están más bien integrados en las actividades creativas de los agentes sociales que seleccionan ciertas esferas culturales donde articular su anhelo de ser “lo único verdadero”. La autenticidad, entonces, está más relacionada con la producción de historias, en campos particulares, dentro de los cuales la mirada hacia los tiempos pasados es solo una de las opciones”.

En los bailes de la Guelaguetza, la diversidad

Teresa recuerda que cuando comenzó a ir a los Lunes del Cerro veía a los señores grandes con barba y bailando maravillosamente. En cambio ahora, dice, tienen que rasurase de cierta manera, bailar como les dicen, peinarse o maquillarse de un modo, levantar el pie a cierta distancia…

“Fui muy aficionada en mi niñez a los títeres: esperaba que llegaran las carpas y rogaba para que me llevaran. Cuando veo algunos bailables de la Guelaguetza actual me imagino esos espectáculos de títeres, igualitos, que los van manejando así, pero a mí no me gusta mucho eso con las personas, porque se deja de ver la esencia. Pienso que, en las comunidades, no es así. Les digo a los muchachos: Respeten la coreografía, escuchen la música, pero cada quien póngale su forma de bailar, su sentimiento”, comparte.

Arturo podría parecer purista y cerrado cuando se toca el tema de la evolución o de cambiar un baile tradicional, pero lo que él busca es que primero se conozcan las raíces y luego se hagan propuestas. Por ejemplo, para evitar que todo se vuelva aburrido para el público, pueden modificarse los tiempos, pero con lo que no está de acuerdo es con uniformar a todos, ni con que las coreografías se vuelvan tan estilizadas. Por eso, sugiere seguir yendo a las comunidades, pues hay un esfuerzo adicional en ver qué pueden valorar de los abuelos y los antepasados para darle vigencia y trascendencia.

“Los jóvenes aprenden de sus papás y sus abuelos, pero hay veces en las que llega alguien con la presencia de las instituciones y casas de la cultura e imponen estilos. Sabemos que la cultura es cambiante, pero si no se conoce lo que se tiene no se aprenderá a observar y mucho menos a mantener la historia”, opina.

Los bailes de la Guelaguetza: Grupo Folklórico de Oaxaca A.C. Foto: Mariana Castillo
Los bailes de la Guelaguetza: Grupo Folklórico de Oaxaca A.C. Foto: Mariana Castillo

Algunos de esos bailes de la Guelaguetza

Cuando Teresa y Arturo comenzaron con sus presentaciones en la Guelaguetza existía una columna vertebral que incluía a las que antes eran solo siete regiones (la Sierra se dividió en Sierra Sur y Sierra Norte, desde 2009). Mencionan que estaban presentes la Danza de la Pluma y el Jarabe del Valle de Valles Centrales; los Sones de Huatla de la Cañada; los Sones y Jarabes de Betaza y Yalalag de la Sierra, el Jarabe Mixteco de Huajuapan de León; los Sones de Pochutla y Pinotepa, del Istmo de Tehuantepec, alternaban Santo Domingo Tehuantepec y Juchitán; el Jarabe Chenteño de Ejutla de Crespo; y la Flor de Piña de San Juan Bautista Tuxtepec se integró después.

Hombres como Antonio Martínez y Cipriano Villa fueron vitales para lo que se adaptó en algunos de los bailes de la Guelaguetza y que hasta hoy se interpretan, destaca Arturo. Él, por ejemplo, es especialista en la Danza de la Pluma, que veía y admiraba desde que era más pequeño, cuando estaba en su barrio natal, El Peñasco, ubicado en las faldas del cerro. Allí, veía a los mayores bailar con maestría. La define como un baile viril, que motiva y es que no cualquier se anima: hay que cargar el pesado penacho, así como saltar, moverse y no chocar siendo ágil y eso solo lo dan los años, la práctica y la perseverancia.

Teresa agrega que los pueblos se han ganado su lugar a pulso en este festejo y que cada quien “picó piedra” y veía con sus propios recursos, pues así funciona el tequio: hacían su traje, se organizaban colectivamente. “Es padre que la gente haga sus cosas pues todo tuvo un principio, todo tuvo un inicio y no se aparta uno de eso. Si se trastoca el espacio y el lugar que ya se ganaron muchos, ¿qué nos queda?”, añade respecto a las polémicas de que este año algunas delegaciones como Juchitán de Zaragoza, Santo Domingo Tehuantepec, Santa Catarina Juquila o San Melchor Betaza no estarán presentes.

Los bailes de la Guelaguetza: la Danza de la Pluma Foto: Mariana Castillo
Los bailes de la Guelaguetza: la Danza de la Pluma Foto: Mariana Castillo

La danza que reconstruye el tejido social

La danza no solo es la pasión de esta familia en la que ahora ya son tres generaciones que la mantienen. Con ella han podido enseñar a través de los años, han sido una opción para que la juventud encuentre espacios libres y de convivencia fuera de la delincuencia o los vicios. Los muchachos, que ensayan en la Cruz de Piedra del Centro de esta capital, aprenden cerca de 14 bailes tradicionales oaxaqueños.

Arturo dice que las ventajas que ellos encuentran en el baile son varias: ejercitan, conviven, viajan, pierden el miedo de hablar en público, dejan inhibiciones, se vuelven más independientes, propositivos y responsables. Ellos no piden cuotas ni que compren los trajes típicos, ya que se los prestan: buscan que esto sea democrático. Solo deben buscarlos en Facebook y listo: en la actualidad son alrededor de 45 bailarines, que rondan las edades de los 14 a los 30 años.

Si bien este matrimonio ha tenido momentos difíciles y viven de su pensión y no de su pasión, y han tenido que trabajar duro, confiesan que la danza y los bailes de Oaxaca son como el aire que respiran, por los cuales conocen la diversidad de sus 570 municipios y 16 grupos étnicos.

Las memorias y lo que viene

En su hogar, tienen las paredes repletas de pósters de años anteriores, los clósets llenos de vestuarios originales y no imitaciones, y en los libreros álbumes llenos de notas de periódicos y revistas nacionales e internacionales. Not just mariachi and sombrero se lee en una de ellas, que data de 1999.

En otra más, se ve la historia de María Alfa, quien fue bailarina del grupo y diosa Centeotlcíhuatl 1979, y a quien el muralista Arturo García Bustos plasmó en el muro central del Palacio de Gobierno en 1980. Hace falta tiempo para ver todo el acervo existente en sus manos.

Para Teresa el baile significa todo lo que soñó. Cuando era niña su hermana le llegó a decir que si estaba loca por creer que algún día bailaría. Cuando lo hizo en diferentes fotos, teatros y plazas públicas de México y el mundo ante presidentes, religiosos, actores y su pueblo se autofelicitó: “No estoy loca, estoy haciendo lo que nunca me imaginé”, finaliza.

La familia Ochoa García: tres generaciones de amor por el baile Foto: Mariana Castillo
La familia Ochoa García: tres generaciones de amor por el baile Foto: Mariana Castillo

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Autor

  • Mariana Castillo

    Periodista y editora. Cultura alimentaria y perspectiva social. El mezcal es mi pastor. Me gusta lo cotidiano extraordinario y compartirlo en historias. Cuéntame, ¿qué te interesaría leer en este blog?

Written By
Mariana Castillo

Periodista y editora. Cultura alimentaria y perspectiva social. El mezcal es mi pastor. Me gusta lo cotidiano extraordinario y compartirlo en historias. Cuéntame, ¿qué te interesaría leer en este blog?

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