Yolanda Romero, la mujer que rescata animales de los tiraderos de basura

Yolanda

El 15 de junio, Yolanda Romero celebró por primera vez un cumpleaños con sus tres hijos y nietos. Su fiesta de 61 años por poco no la pasa con ellos, pero fue tanta la insistencia de su familia, que recapacitó y decidió dejar por un día a los perros, gatos, burros, caballos, patos y gallinas que cuida en el albergue que tiene en Tula, Hidalgo. Este albergue pertenece a su asociación Por Nuestros Hermanos Sin Voz A. C., donde, a la fecha, cuida a más de 300 animales que ha salvado de ser maltratados y olvidados en tiraderos de basura, azoteas, patios, avenidas, parques.

“Mis hijos me dijeron que sabían que yo amaba a los animales, pero me pidieron que les dedicara este día. Dije que sí, luego les pedí disculpas por no estar con ellos en fechas importantes. Y es que lo he hecho sin pensarlo”, cuenta Yolanda con voz entrecortada y sigue: “Me he querido tomar un día, pero no se puede, porque siempre hay alguien que me habla para ir por algún animal que está mal. Podría decirles que no, pero, para mí, rescatar animales es un compromiso que no puedo dejar porque sí”.

A sus hijos ya no les sorprende el estilo de vida de su madre. De hecho, en una ocasión,  para estar el 10 de mayo con ella, su hija menor decidió acompañarla en la sala de un quirófano donde operaban a una perrita con el cuello herido.

Yolanda rescatando a un perro.

En el calendario de Yolanda no hay vacaciones o festividades. Por eso, cumpleaños, el Día de las Madres y hasta Navidad se la pasa haciendo rondines por el Estado y la ciudad de México en busca de animales olvidados; comprando alimento, medicinas, juguetes y objetos necesarios en el albergue; yendo a clínicas veterinarias donde, a veces, la apoyan con cirugías y tratamientos; y entregando en adopción a algún rescatado en la plaza del Kiosco Morisco de Santa María la Ribera, lugar al que llega todos los domingos a las 11 de la mañana.

Desde hace 29 años, los días de Yolanda son así. El número impacta, pero la mirada y mediano cuerpo de esta mujer lo hacen mucho más porque son los que, a pesar de las tragedias y duelos de vida y muerte que ha experimentado con cada animal, siguen fuertes velando por el bienestar de diferentes especies. ¿Cómo lo logra? “Querer es poder”, dice.

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Conocí a Yolanda Romero en el Kiosco Morisco. No tardé ni cinco minutos en encontrarla. Su puesto era pequeño, pero tenía una gran lona con su foto y la de animales que había rescatado. La gente también me hizo el punto más visible porque se aglomeró con ella para conocer a los perros que tenía en adopción y, de paso, comprar algunos artículos para mascotas (pelotas, collares, correas, ropa) que están a la venta en el mismo puesto.

Tras encontrarnos, le ofrecí sentarnos en una banquita para platicar, pero ella prefirió que nos recargáramos en una camioneta que estaba cerca de su puesto. De pie comenzamos a charlar. Ahí no pudieron pasar desapercibidos sus ojos cansados, tampoco su playera negra con rastros de pelos de perros y rasguños en los brazos que probaban el ajetreo de sus días, el cual –cuenta– inicia a las cinco de la mañana.

—¿Cómo es un día en la vida de Yolanda?

—Me despierto y digo: “En nombre sea de Dios”. Me encomiendo a Dios y encomiendo también a los animales. No sé qué me espera en el día. A las 5:00 o 5:30 am yo ya tengo que dejar listos a mis animales. En la ciudad de México tengo en mi casa cuatro perros que me quedé porque son discapacitados, son ciegos, no tienen una parte su cuerpo y andan con tics como si tuvieran como mal del Parkinson. En el albergue tengo más de 300 animales, entre burros, perros, palomas, conejos, patos y otros animales.

—¿Vas diario al albergue de Tula?

—No. Los lunes y martes, por ejemplo, hago rondines en Tultitlán y otros lugares, pero ya no digo los lugares que visito, porque en varias ocasiones me preguntaron y yo, de tonta, les dije. Al poco rato me enteré que iba la perrera y con un tipo trinche sacaba a los animales de los hoyos donde se escondían. Te puedo decir que visito municipios para rescatar animales que son quemados, ahorcados, golpeados o dejados por sus dueños.

Hay otros días que me voy al albergue. Cuando me toca ir para allá me dedico a limpiar cerca de 100 jaulas, a curar a los enfermos, a darles sus medicinas y a darles de comer. Los fines de semana ya vengo para Santa María la Ribera.

—¿A qué hora llegas a descansar?

—A veces a las 10 de la noche, a veces más tarde. Depende del día. Ya que estoy en mi casa vuelvo a checar a mis animales y, por último, me hago de comer para ese y otros días. En la calle no me gusta comer, porque por donde ando es difícil encontrar opciones veganas, así que siempre me espero a llegar a mi casa.

La rutina de Yolanda suena pesada. Luego de saber que está despierta desde temprano y viajar de Tula a Ciudad de México, le ofrezco sentarse un rato, pero ella solo sonríe y me dice que así está bien. Quita el brazo izquierdo con el que está recargada en la camioneta, lo mueve y lo vuelve a colocar para recargarse y explicarme por qué ni el cansancio la detiene cuando se trata de ayudar a los animales.

Para ella no es necesario tener mucho dinero o una casota para poder ayudar, pues estos años le han hecho darse cuenta de que lo realmente importante es tener voluntad, humildad, hacerlo de corazón y sin lucro.

Algunos de los animales que se encuentran en el albergue Por Nuestros Hermanos Sin Voz A. C., en Tula, Hidalgo.

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Cuando tenía 32 años, Yolanda abrió su primer albergue en San Pablo de las Salinas, municipio de Tultitlán. Ahí llegó porque necesitaba un espacio barato para dar clases de manualidades, las cuales también eran televisadas en un programa de Jorge Garralda. El local se lo rentaron muy barato porque estaba cerca de un tiradero donde había muchos perros que eran capturados por la perrera. Iban en la mañana, en la tarde y en la noche. Al día se llevaba entre 30 y 50 perros. Los electrocutaban, dice Yolanda.

Al ver la indiferencia de la gente que presenciaba cómo los perros eran lastimados y cómo los burros se caían de cansancio o eran golpeados por los pepenadores que llegaban al tiradero, ella abandonó su trabajo para ayudar a estos y otros animales maltratados.

Yolanda no tardó mucho en convertir su local en albergue. El lugar cumplía con darle asilo a los animales, pero era muy pequeño, los perros se salían, como la Rescatadora, una perrita que aprovechaba e iba a otras partes del basurero, agarraba a perritos y los llevaba al albergue. Yolanda recuerda, con una sonrisa en la cara, que le llevó como 20.

Después de un tiempo, se dio cuenta de que no podía seguir así y pidió ayuda. Por fortuna, una persona conoció su historia y le donó el terreno de Tula, donde ahora tiene a los 300 animales.

—Mira, yo no me siento una heroína, menos una mártir por cuidar a todos estos animales. Lo que me mueve es el sentimiento y el dolor de ellos. Para mí son como mis hermanos —explica Yolanda.

—¿Por qué? —le pregunto luego de ver que en cuestión de segundos sus ojos comenzaron a nublarse.

—Yo soy de Tlacotalpan, Veracruz. Vengo de una familia de bajos recursos. Mi madre nos tuvo sola a mis hermanos a mí. La gente la señalaba por ser una mujer abandonada y con hijos. Con el tiempo —narra con voz entrecortada—, vio que no podía mantenernos y tomó la difícil decisión de repartir a mis hermanos y a mí. Desde pequeña estuve sola. Yo digo que por eso me siento identificada con los animales.

Y sigue:

—Perdón, me gana el sentimiento, a veces no puedo dejar de llorar como ahorita, porque si vieran todo lo que he vivido con cada uno de los animales que tengo, entenderían mejor la razón por la cual sigo aquí.

Yolanda con un perro callejero.

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Para Yolanda es más fácil vivir con perros, gatos, burros y otras especies que con humanos. El lazo que tiene con los animales es muy fuerte por lo que cada que tiene que desprenderse de ellos, cuando los da en adopción o cuando los ve morir, es tortuoso.

—¿Qué pasa cuando dejas ir a uno de tus animales?

—Siempre estoy en contacto con los adoptantes. Un grupo de voluntarios me ayuda a confirmar direcciones, a darles seguimiento para saber que los animales están bien. Si las personas que adoptaron no nos llegan a dar información, nosotros vamos y les pedimos al animal. El proceso de adopción es muy fácil: llenan un formulario, recabamos sus datos y nos tienen que firmar una responsiva. Si nosotros no estamos seguros de las personas, entregamos personalmente a los animales en la casa.

—¿Y cómo le haces para no quebrarte con tantas historias?

—No te creas, todo el estrés ya me está dañando —acepta cabizbaja—. Estoy enferma del hígado graso, pero no puedo echarme para atrás. Por eso cuando quiero llorar, lloro. Luego respiro y digo: “¡Vamos, tengo que salir adelante!”.

Los hijos de Yolanda saben que su madre, a pesar de la fortaleza que tiene, cada día está más cansada. A ellos no les pesan esos días que su madre no pudo estar con ellos en eventos especiales. “Siempre ha sido una mujer equilibrada que ha cuidado de nosotros y también de otros”, aseguran. Ahora le siguen el paso, ya sea en rescates, en el albergue o con las adopciones. Ellos ven ese apoyo como algo necesario porque, explican, es una forma de cuidar el amor tan especial que su madre dio, uno que se basa en defender a los que no tienen voz.

Yolanda rescatando animales en basureros.

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Sobre la asociación de Yolanda:

Si quieres conocer más de Por Nuestros Hermanos Sin Voz A. C. o quieres apuntarte como voluntario visita:

Sitio oficial: www.pornuestroshermanossinvoz.org

Parte del albergue que puedes visitar.

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